Desde el principio tuve claro que no sería un libro común. Quería trabajar con lo fragmentario y expresar una emoción concreta. Siempre supe que sería un conjunto de escenas, con muchas imágenes y silencios… lo que no podía imaginarme es que, sin darme cuenta, escribiría una novela secuencial.
Todo empezó con un correo de mi editorial, estaba interesada en publicarme. Yo no tenía ningún manuscrito en ese momento, pero me atreví a responder que sí y me puse a escribir. Hoy sé que sin esa presión no lo habría escrito. Principalmente porque me abrí a lo que siempre quise decir y lo pasé bastante mal. Lloré más que escribí, pero de eso intento no acordarme. Por otra parte, lo hice de la única forma que sé. El surrealismo me ayuda a darle fuerza a las emociones que quiero transmitir y de eso va mi libro: de una emoción que crece y te acorrala. Mis alumnas suelen decirme que no es un libro, es una experiencia. Y eso me llena el corazón porque siempre he considerado que un buen libro es una experiencia que te atraviesa, que se queda contigo unas horas, o incluso días.
La novela secuencial apareció sin darme cuenta. Todos esos fragmentos, principalmente inconexos, estaban unidos: hablo de unos personajes que aunque conozco, no imaginé que evolucionarían en mi relato. De forma inconsciente me centré en mí y en lo que me duele:
“Cuando escribo, plasmo el paisaje tal y como lo ves. Como digo, el paisaje es perdurablemente el mismo. Pero dentro de mí solo transcurre en que yo vi en mi infancia. Y entonces todo está quieto, raro”.
Y aunque parece que todo se torna oscuro, dibujé, sin saberlo, la respuesta que necesitaba: